Pantxo al desnudo
lunes, 30 de enero de 2006
  Que el miedo sea con nosotros
Quiero dar cuenta de algunos razonamientos que se pueden desprender de la vida cotidiana que dan cuenta de una vida que nos estamos prodigando de modo casi inconsciente, creyendo que es el más correcto y seguro, cuando en realidad potenciamos un germen de disgregación social que puede entregar a nuestros hijos una sociedad llena de desconfianzas y sospechas por ser diferente.

Hace unos días atrás me dirigía de vuelta a mi hogar desde el de mi padre, quien vive en Ñuñoa, a poco andar en microbús el conductor de éste debía transitar frente al Estadio Nacional, donde el encuentro entre los clubes Universidad de Chile y Unión Española concluía una hora antes. El chofer apagó las luces, se salió de la pista que le corresponde a la locomoción colectiva y esperó hasta su desvío en Salvador para encender luces y continuar recorrido habitual.

Al ingresar por Salvador un pasajero tocó el timbre para descender, y el chofer lo dejó 50 metros más distante que el paradero indicado (en las líneas Transantiago, al que esa micro corresponde, el celo de los paraderos de los choferes roza lo ritualista) lo que generó la inmediata molestia de quien descendía que se expresó en un par de frases sin groserías ni ademanes fuertes, más bien frustrado.

La excusa de quien justificaba a viva voz al chofer (quien daba la espalda al paradero y no lo veía por tanto) era que el paradero estaba lleno de barristas azules, lo que justificaría que quien conduce haya cometido algunas infracciones para evitar el acceso al bus de dichas personas. Yo, que iba próximo a esta persona, le dije: OK, tengamos miedo, evitemos el contacto con los bárbaros. Su mujer me dijo que yo opinaba así porque viajaba solo y sin hijos. Tal situación me dio la posibilidad de razonar respecto al tipo de sociedad que estamos viviendo, y en el caso de padres y autoridades, construyendo.

Comenzaré por dar cuenta de episodios que creo, van marcando una tendencia respecto a un estilo de generar sociedad que va minando la posibilidad de sustentarla en lo práctico. Dichos episodios en un comienzo pueden parecer inconexos, pero tienen un denominador común, y han ido marcando la agenda en sus respectivos momentos.

El año 2006 queda a más de una docena de años de distancia de los encuentros futbolísticos que acapararon portadas en sus diarios por la violencia fuera de la cancha. Queda a un montón de medidas para evitar dicha violencia, una ley, otra manera de encarar el escenario de hinchadas. Y queda justo en los años en los que junto a mi hermano y padre llevábamos a mi hermana de 3 años al estadio. Sí, en los años en que la violencia podía llenar los insípidos noticiarios de fin de semana éramos tres monstruos posibles de entrevistar dada nuestra malvada conducta.

Recuerdo el año 1992, en Diciembre, una muerte debida al descriterio de los encargados legales de vigilar, en un recital con más de 65.000 personas, en un país sin cultura de megaeventos rock propiamente tales, alcanzó para 4 días de profusas declaraciones y la posibilidad de jamás volver a permitir un recital como aquel, como dijo el Ministro del Interior de la época, Guns N’ Roses pasaban a la calidad de delincuentes y sus seguidores a sospechosos.

Y eso no es nada en materia de regalar miedo a los padres: el año siguiente otra banda, con más trayectoria no pudo tocar porque se hicieron gestiones para que se censurara de facto su presentación, Iron Maiden no tenía un lugar para presentarse, igual trance que vivieron Los Prisioneros un lustro antes, unos por “satánicos”, otros por “subversivos”, ambos censurados. En cinco años las etiquetas desde los medios y el poder habían subido de tono, nuevamente a pito de nada en lo objetivo.

Por supuesto cuando le podemos poner rostro a la maldad nos queda más cómodo parea identificarla, inolvidables, por ende “El Tila”, Paul Schaeffer, y el distinto “Profeta de Peñalolén”. Cada nueva imagen de un culpable nos iba calmando, pero a la vez generaba la inquietante noción de que tanta maldad no paraba allí. Inolvidable la satanización en 1988, 1994 y 1999 de Ricardo Lagos por ser agnóstico y socialista. Tan inolvidable como obvia la que se realizó en contra de la actual Presidenta por tener hijos de distintos padres, ser atea y socialista.

Hace unos meses la campaña en contra del divorcio, aparte de ser insultante para los hijos de padres separados e ignorantes de cómo se interpreta la estadística, proclamaba que nuestra sociedad sería peor si una ley que regula una situación que ya se da se promulgaba. Era como declarar la ruina si promulgásemos una ley de respiración. La Iglesia Católica nos comunicaba como más importante que la fe en Cristo era temer porque las leyes civiles fueran eso, civiles.

Hoy por hoy el discurso público y la agenda de los medios están dirigidos al tema de la delincuencia. Y como muestra de ello todos los días en televisión vemos un asalto y un robo con escalamiento, todos cometidos por gente sin mayores oportunidades en un país clasista y premoderno en su constitución de clases sociales. No es famoso quien proclame que tal cosa no es lo que se dice, queda casi como un apologeta de la delincuencia. Siempre las imágenes dan indefectible cuenta de zonas habitacionales de recursos medios a bajos en cualquier ciudad del país. Esas zonas que siempre se evitan, que no se ven y recomendamos a nuestros conocidos no visitar, añadiéndole alguna cuota de folclor del temor ciudadano. Ser pobre y joven es la marca de la sospecha, peor si la piel es morena.

A nivel internacional el enemigo siempre es más moreno, menos glamoroso de lo que nos creemos. Iraquíes, afganos, peruanos, ecuatorianos y bolivianos encabezan nuestro celo hacia el externo de nuestro país. Asistimos a los cuentos de hadas del terror: Saddam Hussein era capaz, embargado por Estados Unidos, de fabricar armas de destrucción masiva; Osama bin Laden es capaz de gestionar desde las cuevas de Asia (Y hospitales militares norteamericanos en emiratos como Dubai en el mismo Septiembre del 2001) atentados que no tienen mucho que ver con los musulmanes, pero así hemos sido indicados para creer. Gracias al cielo el año 2005 los medios nos han indicado que el número dos de al-Qaeda ha sido ejecutado 18 veces, este año van más de 3, lo que es un aumento de productividad de las tropas y de la organización terrorista que es capaz de reponer tan rápido a una pieza clave.

¿Qué es lo que me llama la atención de todo este panorama?

Lo primero, se nos enseña a temer del igual o del que está en una posición social más desventajosa que la nuestra, asaz, al diferente. No es extraño que la gente mayor evite sentarse en un ambiente público cerca de un teñido punkie. O que un padre de familia crea que siempre los barristas van a arrasar con los pasajeros y crea que tales seres diferentes deben llegar a su casa a pie.

A continuación, en segundo lugar, la gente no desconfía de quienes están en una posición más acomodada, lo que es contradictorio con los informes de delincuencia de Carabineros, en el año 2001, cuando la crisis asiática arreciaba, uno de los empresarios deshonestos (que no son la mayoría de ese colectivo) se adueñaban ilícitamente de una cantidad similar a la que 500 lanzas hurtaban ese año en las calles del centro Santiago. Es decir, la causa de sus miedos, en cantidad y cualidad de maldad era precisamente una persona en el polo distinto del cual los medios señalaban. Es distinto quien roba para sobrevivir y quien roba para acumular o mantener un tren de vida, pero el primero es más vulnerable y barato de explotar mediática y políticamente.

Tercero, generamos segregación social, virtual o real, entre individuos que pueden ser tan violentos como un padre de familia, el caso un puñado de barristas en un paradero es sintomático. Un bajo porcentaje de chicas a los 18 años de las tres comunas más ricas de Santiago sabe llegar al centro de la ciudad. Consideran que éste se ubica en el Barrio Suecia. La gente de menores ingresos tiene escasa ocasión de salir de la comuna de residencia con la sola excepción del viaje laboral. Es decir, la gente acomodada no sabe lo que es un pobre, al no conocerlo ni interactuar con él (la clase media no quiere saberlo) y nuestros pobres irán generando versiones sobre las personas que no son como ellos.

Cuarto: cuico, flaite, chana son expresiones de lenguaje que dan cuenta de una sociedad cada vez más segregada, y por ende, menos democrática. La gente no se conoce. Una prueba sencilla es que usted sepa el nombre de los vecinos que tiene a tres casas a la redonda de la suya, probablemente recuerde dos y los otros dos nombres se los sepa a medias. De hecho, abrirá con dificultad su puerta a sus vecinos jóvenes, porque les teme.

Quinto, los líderes de opinión no se visten en la ropa americana ni van a la feria, difícilmente viajan en microbús. Quienes lo hacen suelen quedar relegados a la expresión pintoresca de su profesión. Los medios sólo acuden a los sectores populares para mostrar su miseria o delincuencia, porque vende. La gente sólo conoce la caricatura que de ellos muestran los medios quienes escasamente conocen a la gente de a pie. En un país donde el 85% de la gente no entiende lo que lee (según la UNESCO, 2001) es evidente que la caricatura es el modo más fácil de acercarle la información a esa población, nivelando hacia abajo la comprensión de matices en la realidad. Pero los medios achacarán esta culpa a los padres, profesores o Ministerio de Educación, nada como la externalización de la pérdida para los amantes de Milton Friedman.

Quien haya visto el Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas del 2005 verá que Chile no tiene ciudades que puedan ser consideradas como de renombre mundial dentro de las cincuenta peores en términos de delincuencia, pero sin embargo vemos cada vez más rejas, alarmas, caras asustadas. Caminar en Santiago es tan seguro como hacerlo en Nápoles. Esa alta cantidad de hurtos que fueron mencionados en la última campaña presidencial ocurren en su mayoría en cadenas comerciales, no a las personas.

Para redondear, he asistido al estadio desde los 5 años, y el medio de transporte de preferencia que ocupo es el microbús. He trabajado en la población El Castillo de la Pintana, La Bandera y la práctica la realicé en la villa San Luis de Maipú. Mentiría si dijera que nunca sentí miedo, es más, mientras mayor menos miedo siento. Quiero que mis hijos y mis compatriotas no necesiten sentir miedo para que la gente los integre a sus redes sociales. Y eso pasa por conocer, lo que requiere algo de esfuerzo, al observar más allá de lo que los medios nos cuentan, que por eso son tales, dado que median entre nosotros y la realidad, es decir, pasa por ser adulto que tiene la madurez para no creer todo lo que ve en TV, hasta los niños saben que no todo lo que allí sale es veraz.

Sabemos que la semilla de estallidos sociales es sembrada cuando la exclusión sostenida en el tiempo genera resentimiento capaz de articular un movimiento que de modo poco amable e institucional permita una salida. No hace muchos años los escolares de Santiago se rebelaron por la burla de sus pases escolares, y hace pocos meses en Francia quienes son excluidos generaron inquietud en la población informada del mundo.

Tal semilla se ve ampliamente abonada cuando la gente no se conoce y por tanto comienza a desconfiar, lo que es percibido como una agresión e insulto por quien es objeto de tal celo. Los mayores temen de los jóvenes, todos temen de lo que imaginan por pobre. La TV y empresas de seguridad nos llaman a desconfiar de nuestros compatriotas. Temo que la psicosis de la delincuencia vociferada por medios y candidatos contribuya precisamente a hacer de esta una sociedad que vaya perdiendo la calidad de tal.

El miedo a lo diferente y a riesgos posibles, pero no inevitables, nos sirve como herramienta de control de niños y adolescentes, la ciudadanía no es lo uno ni lo otro. No digo que no haya delincuencia, digo que el miedo social y las conductas derivadas de el no se condicen con la realidad, y que sobre esa falsa percepción le estamos regalando a nuestros hijos más miedos. Triste es la imagen de un padre que más que libertad le regala a su hijo miedo disfrazado de seguridad para vivir su vida.

Y para cerrar: una amiga mexicana hace tres años me vino a ver a Santiago, conocía Asunción, Lima y Buenos Aires (Además de México D.F.) fue a almorzar a la casa de mi abuela, una persona más bien conservadora, quien le aconsejó que para transitar en el centro de Santiago, donde iríamos concluyendo la visita, tuviera mucho cuidado, puesto que era extremadamente peligroso. Mi amiga educadamente le sonrió, mi abuela no conoce los lugares que mi amiga había tenido la oportunidad, y fuimos por enésima vez al centro, que mi amiga me describió como un balneario. Ese lugar donde los lanzas daban temor, y no los empresarios deshonestos.
 
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De mí y del mundo, un poco de pataleo. Suena farandulero, pero finalmente en la vida real soy igual de fome. Es decir, soy yo sin pretensiones.

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